
La guerra sin fin, Sudán del Sur
En el centro del África subsahariana nos encontramos con el país más joven del mundo, el benjamín del tablero geopolítico. Sudán del Sur apenas tiene unos años de vida como tal, aunque su andadura viene de atrás y en este camino se ha tenido que enfrentar a guerras y penurias que todavía padece.
El contexto en el que Sudán del Sur nace como nuevo país está plagado de dolor para su pueblo, con tres guerras civiles en los últimos 50 años de su historia. Pero si difícil fue conseguir la independencia, el camino como nuevo estado independiente tampoco está siendo mucho más fácil, con el hambre y la pobreza arrasando a una población masacrada por los conflictos bélicos y sus efecto colaterales.
Si volvemos la vista atrás podremos comprender mejor cómo hemos llegado a este punto. Sudán del Sur ha estado unido a lo largo de la historia al que es su vecino del norte, Sudán, conformando un territorio que nació como tal a comienzos del siglo XX, en el contexto colonial del Sudán Anglo-Egipcio, un condominio o «consorcio» entre el Reino Unido y el Reino de Egipto.
Las diferencias entre los dos extremos que conformaban anteriormente el país eran notables, pues su unión parecía tan solo geográfica, ya que ambos territorios tenían un marcado carácter diferenciado. Mientras el norte tenía como lengua el árabe y el Islam era su religión, en el sur se apostaba por el inglés como lengua oficial (además de otras lenguas propias) y en lo religioso se mostraba como una zona en la que convivían y conviven diversas creencias,aunque de mayoría cristiana, aunque con un pasado animista.

A mediados de la década de los 50, en febrero de 1953, Reino Unido y Egipto acordaron la independencia total de Sudán, naciendo de este modo la República de Sudán.
Pronto se produjo la primera guerra civil sudanesa, conocida como la Rebelión de Anyanya, en agosto de 1955, en la cual se alzaron una serie de oficiales del sur del país huyendo hacia las áreas rurales y creando una guerrilla para su lucha, la Anyanya. La división y la debilidad que existía en el país ante ambos bloques también afectó a los sucesivos gobiernos de Sudán, que no podían sostener la situación y que caían tras Golpes de Estado. Los líderes sureños acusaban a la capital de olvidar los intereses del sur del país.
En este contexto nace en 1971 el Movimiento de Liberación de Sudán del Sur (SSLM), que trataba de aglutinar las diversas guerillas del sur de la mano de Joseph Lagu, exteniente del ejército sudanés.
Gracias a la mediación llevada a cabo por el Consejo Mundial de Iglesias y la Conferencia de Iglesias de Toda África, se puso fin a un conflicto que dejaba tras de sí medio millón de muertos, la mayoría de ellos población civil.
Finalmente la firma en 1972 del Acuerdo de Addis Abeba (Etiopía), tras las conversaciones llevadas a cabo por el gobierno de Jartum con Yaafar Nimeri a la cabeza y el SSLM de Lagu, ponía fin al conflicto. A los rebeldes del sur se les otorgó un territorio administrativo unificado, como germen de esa futura independencia: la Región Autónoma de Sudán del Sur.
Pese a todo, las disputas entre ambos territorios no cesaban y pronto surgió una nueva mecha que encendió el conflicto entre ambos territorios. En 1983 el presidente sudanés Yaafar Nimeri convertía a Sudán en un estado islámico que pasaba a regularse por la ley islámica, la Sharia. Con esta decisión marcaba un desafío al sur, cuya población no era musulmana. Esa cierta autonomía que había logrado quedó anulada al disolverse el territorio de la Región Autónoma de Sudán del Sur el 5 junio de 1983.
En estos momentos se forma el llamado Ejército de Liberación del Pueblo del Sudán (ELPS), del que será líder John Garang, y donde además lucharán juntos como líderes los futuros presidente y vicepresidente de Sudán del Sur, Salva Kiir y Reik Machar. El objetivo del ELPS era mejorar las condiciones del país y que la vía democrática triunfase.

Y en este contexto, las tensiones son insalvables y, como consecuencia, estalla la Segunda Guerra Civil de Sudán, una guerra que se prolongará más de dos décadas, otorgándole el dudoso honor de ser la guerra civil africana más longeba de la historia poscolonial.
En 2005 se consigue poner fin al conflicto mediante la firma en la ciudad de Nairobi (Kenia) de un acuerdo de paz, tras la intervención de la Autoridad Intergubernamental de Desarrollo (AIGD), que se mantuvo hasta que Sudán del Sur declaró la independencia.
En enero de 2011 los sursudaneses votaron en un referéndum sobre si seguir formando parte de la República de Sudán o si independizarse y formarse como un nuevo país. Casi el 99% de la población votó a favor de la independencia. El 9 de julio de 2011 la República de Sudán del Sur se convertía en un nuevo país independiente, integrándose en las Naciones Unidas a los pocos días.
En todo momento es importante tener en cuenta que todos los conflictos que están salpicando la zona tienen no solo una base política, religiosa o étnica, sino que la cuestión económica también está presente, destacando el valor de recursos tan fundamentales como el petróleo y el agua.
Pero de nuevo le sobrevino la guerra, y el 14 de diciembre de 2013 estallaba un nuevo conflicto fraticida, esta vez en el seno del recién estrenado país, tan solo dos años después de que lograsen separarse de Sudán del Norte. Una nueva guerra civil sacude el país y a su población cinco años después.
El entonces presidente del país, Salva Kiir, de la tribu dinka y su vicepresidente, Riek Machar, de la tribu nuer, quienes habían sido compañeros de lucha durante el conflicto que les enfrentó al norte, pasaron a enfrentarse como rivales en esta última guerra. Se trataba de la escenificación de una lucha de poder insostenible ya entre ambos. El presidente Kiir acusaba de que su vicepresidente Machar había intentado dar un golpe de estado para derrocarlo por las armas, Machar de defendía de las acusaciones. Mientras, ambos alentaban a sus partidarios ante la lucha.
Sobre el presidente Kiir cayeron entre otras acusaciones la de haber dilapidado la fortuna del país. Se le acusaba de saquear los fondos del Estado por parte del gobierno y por su familia.
Se estima que, fruto de estos conflictos que lleva arrastrando el país, hay más de 4 millones de desplazados, de los cuales más de 2’3 millones han tenido que salir fuera del país, llegando a los países vecinos. Unas cifras tan significativas que dan buena cuenta de la situación de gravedad a la que lleva haciendo frente el país.
En cuanto al número de fallecidos/desaparecidos, se habla de cerca de 400.000 personas, contabilizando tanto a muertes provocadas por una acción violenta como aquellos que lo hicieron por enfermedades o por el hambre. Por tanto, se trata de cifras muy similares a las que manejamos sobre la Guerra de Siria, sin embargo, en el caso sursudanés son invisibilizados y parecen estar condenados al olvido más absoluto por el foco internacional.

La población sudanesa lleva años conviviendo con horribles crímenes: violaciones a mujeres, asesinatos, falta de libertades y un sinfín más de violaciones contra los derechos humanos y la dignidad de las personas. Y todo ello ante los ojos de organismos internacionales que están presentes en el país pero que apenas parecen tener capacidad de acción, como es la ONU. Muchas de estas violaciones se han cometido al salir las mujeres a por comida fuera de las zonas protegidas por la ONU. La guerra es tan cruel con quien menos tiene que parece que les obligarán a elegir entre comer o soportar el horror.
Los crímenes y el dolor no entienden de bandos pero, en definitiva, hay una víctima común: la población sudanesa. Y el poco trabajo que pueden desarrollar las ONGs allá donde el débil aparato del Estado no llega, es decir, fuera de la capital, cada día es más complicado y peligroso.
Pero por si fuera poco con tratar de sobrevivir a una guerra y de superar la tensión política y social en la que está envuelto el país, el hambre y la falta de agua son dos de las duras batallas a la que tienen que hacer frente los ciudadanos de Sudán del Sur. La inanición es una dramática lacra que infecta a la población y que pasa factura en todo momento.
En este gran teatro geopolítico que es el mundo, hay funciones que parecen relegadas a un plan tan secundario, que las esperanzas caen sobre su telón. El caso de Sudán del Sur es el de la agonía de un país que sin la ayuda exterior parece encaminarse a la autodestrucción, no solo del territorio sino también de su población, consumida por una situación que se hace interminable e insostenible.
Autor: Almudena Sanjuán
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